Las mujeres de la despensa

Despensa Solidaria Guindalera

La despensa autogestionada de La Guindalera reúne la historia de 15 familias de vecinas del barrio. Sus representantes en la despensa son en su mayoría mujeres, en concreto son 13, 11 de ellas inmigrantes extranjeras, y la mitad madres solas con menores a su cargo.

La despensa solidaria se creó a los tres meses del inicio de la pandemia, en junio de 2020, cuando la red de apoyo vecinal creada en el barrio, que hacía recados a las vecinas enfermas o con más dificultades para salir a la calle durante el estado de alarma, detectó mucha demanda de información sobre despensas o bancos de alimentos. Así, gracias al apoyo de asociación vecinal La Atenea, que cedió espacio en su local para almacén y lugar de reparto, pudieron ponerse manos a la obra, y con la ayuda de la red de apoyo tejieron una nueva red de personas voluntarias, esta vez con la intención de facilitar alimentos a las familias más vulnerables. En paralelo, otro grupo de voluntarias las ayudaba con las gestiones administrativas para solicitar ayudas básicas, solicitudes de IMV, bono social eléctrico, etcétera.

La despensa de La Guindalera ha ayudado a más de 100 familias. Muchas consiguieron trabajo o recuperaron el que tenían antes de la pandemia, muchas de ellas consiguieron ayudas de Servicios Sociales o Cáritas. En abril de 2021, con las 35 familias que quedaban, se inició el camino a la autogestión. El primer paso fue que se comprometieran a acudir a una recogida mensual, ya que en junio se las dejaba solas con la organización. Quedaba una compañera que desde los inicios del proyecto estuvo en la organización y como beneficiaria, y que hace unos meses pudo dejar la despensa. Nos cuenta “no fue fácil conseguir que mujeres de culturas diferentes, que venían a pedir ayuda y recibir su cesta sin más compromiso que el de acudir una vez al mes, entendieran que ahora el proyecto era suyo, suyas las decisiones, suyo el compromiso y el trabajo. Estoy muy orgullosa de ellas: han aprendido lo que significa autogestión, horizontalidad, sororidad, están empoderadas”.

La mayoría son migrantes extranjeras, vienen de distintas partes del mundo (Bolivia, Venezuela, Colombia, República Dominicana, Argentina, Marruecos, Rumanía, Filipinas), de diferentes orígenes o situaciones. Todas vinieron buscando una vida mejor para ellas y sus familias.

Son mujeres luchadoras todas ellas, con vidas dignas de mención y con ninguna intención de rendirse. Como la mayor del grupo, una jubilada dominicana a cargo de una hija que no encuentra trabajo y un nieto de 15 años. Pese a no tener WhatsApp, nunca falta a sus citas.

La más rebelde de una familia de cinco hermanos, de padre político y militar filipino, no quería estudiar ni ser militar y se vino en 1990 con 21 años a la aventura sin haber trabajado nunca. Después de más de 30 años en España, vive sola con tres menores a su cargo.

La más jovencita tiene 17 años. Después del instituto cumple con sus obligaciones en la despensa con una sonrisa en la boca, dispuesta a ayudar a su madre, que, con un trabajo precario, no llega a cubrir todas las necesidades de ellas y sus dos hermanos.

La que menos lleva aquí es venezolana de padres colombianos. Llegó el 31 de diciembre de 2019, tras la muerte de su padre por un cáncer que no pudo ser ni diagnosticado ni tratado por falta de recursos. Está enamorada de La Guindalera.

La mamá de uno de los bebés del grupo vino de Rumanía, dejando allí a sus dos hijas menores. Su historia tiene episodios que aún le quitan el sueño. En el barrio conoció a su marido, de origen marroquí, un ángel en su camino, como ella dice. Gracias a él ha podido traer a sus hijas y formar una hermosa familia. La mayor estudia, trabaja algunos ratos y ayuda a su madre con el bebé o las obligaciones de la despensa, otra mujer valiente.

Nuestra artista argentina llegó hace más de 33 años, ha sido autónoma para poder desarrollarse profesionalmente siendo mujer y madre. Tras 20 años trabajando para las mismas personas, prescindieron de sus servicios, ha tenido que reinventarse. Le pesa que su hijo de 29 años no pueda independizarse porque ella no puede vivir sin involucrarle económicamente.

La más joven de las marroquíes tiene dos hijos, el sueldo de su marido no llega para los cuatro. Ha sido cocinera en un restaurante, y ahora no encuentra un trabajo que le permita conciliar la maternidad. Está haciendo un curso para diseñar páginas web.

La familia más grande viene de la Republica Dominicana: primero vino la madre y se fue trayendo al resto de la familia, al padre y sus cuatro hijes.

Todas entraron en la despensa porque no podían cubrir sus necesidades, aunque su situación no está en los baremos para recibir ayuda de Servicios Sociales. Se quedaron sin trabajo a raíz de la pandemia o se precarizaron más.

Vinieron pidiendo ayuda y ahora se buscan sus propias soluciones: se reúnen una vez al mes en asamblea, deciden las fechas y horarios de recogidas en los súper, se ponen sus propias normas, hacen un turno por persona adulta, se reparten los lotes siempre priorizando las necesidades de les más peques. Mantienen la solidaridad entre ellas: si las que tienen bebés no pueden hacer recogidas, se ocupan de las tareas que se hacen en el espacio (inventario, reparto, dejar el lugar limpio y ordenado). Si por causas de fuerza mayor alguna no puede cubrir sus obligaciones, buscan soluciones para recuperarlo o, en casos extremos, no hay exigencia: solo la participación en la asamblea.

La despensa es mucho más que un banco de alimentos: les hace salir de sus rutinas, las empodera desde el momento en que hacen ellas mismas tareas que aportan a sus familias alimentos como si fuera un empleo, a la vez que ayudan y apoyan a otras familias en situaciones similares, como si de una gran familia se tratara. Coinciden en que el modelo de autogestión les da la posibilidad de conocerse, hablar y compartir sus preocupaciones. Estar con compañeras en las recogidas les une, tratan con personas de otros países y culturas, aunque echan de menos un espacio en el que no se tengan que centrar en una obligación y puedan relacionarse con más tranquilidad, reconocen que no es fácil encontrar el tiempo. Lo conseguirán, porque no les para nada.

Se sienten integradas en Madrid y en La Guindalera, aunque algunas relatan que no siempre fue así. A veces hay quien les insulta por no ser de aquí, o les peques han sufrido bullying en el cole.

Vinieron llenas de esperanzas e ilusiones. En el camino ha habido momentos fáciles y otros menos, trabajos, despidos, enamoramientos, divorcios difíciles con violencia de por medio. Algunas se han visto con sus hijes en la calle, han vivido la enfermedad y muerte de sus progenitores sin poder ir a despedirse, no saben si podrán volver a ver algún día a sus familiares o disfrutaran de las mejoras en sus países de origen, pero no dejan de mirar hacia adelante y soñar.

Sus sueños: un trabajo digno, poder dar a sus hijes una buena educación, no depender económicamente de nadie, poder ayudar a quienes se quedaron. El sueño de E. es crear una asociación de ayuda humanitaria para personas sin techo, un lugar donde dormir, ducharse, lavar su ropa o tomar una comida caliente.

Fuertes, valientes, inteligentes, solidarias, comprometidas, creativas, soñadoras… Así son las mujeres de la despensa solidaria autogestionada de La Guindalera. Maravillosas.

Info: despensa@espaciolaatenea.org

‘La despensa de La Guindalera ha ayudado a más de 100 familias. Muchas consiguieron trabajo o recuperaron el que tenían antes de la pandemia’

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