Sudacas, negros de mierda y españolitos de bien

David Canales

A partir de 1992 y hasta más o menos 1997, Madrid fue parte del corazón de los chilenos. Unos 17 millones de personas, muchos de ellos niños, soñábamos a 14.000 kilómetros de España con dar la vuelta a la Cibeles, conocer la Puerta de Alcalá y, sobre todo, disfrutar de algún partido del Real Madrid en el estadio Santiago Bernabéu.

Iván Zamorano, la máxima figura de la historia del fútbol chileno, conocido también como Bam Bam Zamorano, fichaba por el Madrid desde el Sevilla FC. En su paso por la capital fue pichichi de la Liga y figura del primer equipo.

Todos los fines de semana esperábamos los goles del héroe nacional en el telediario de las nueve. Los domingos por la noche teníamos una cita con Pedro Carcuro, periodista deportivo chileno, hijo de inmigrantes italianos, quien nos narraba los goles de la Liga y además nos hablaba de la belleza de Madrid con despachos en directo y reportajes en profundidad.

Con el pasar de las semanas, además de los temas deportivos, también fuimos conociendo otros detalles, vicios y costumbres de algunos mal llamados “aficionados” al juego de la pelota, así como de una parte importante de la sociedad española. Supimos de la existencia de grupos ultras y de su estrecha unión con la ultraderecha, el fascismo y lo más rancio de la política española.

Por esos días, Chile estaba inmerso en plena transición después de los 17 años de dictadura de Augusto Pinochet, y el presidente de la república era el demócrata cristiano Patricio Aylwin.

Los corresponsales radicados en Madrid acompañaban sus despachos periodísticos con notas anexas. En ellas, apelativos como “sudaca”, “panchito” o “puto indio” comenzaban a ser recurrentes, lo que nos sorprendía y entristecía, más cuando nos contaban que en muchas ocasiones iban dirigidos a nuestro ídolo.

Diez años después me radiqué en Madrid, como aficionado al fútbol confirmé la existencia de radicales y supe que había zonas cercanas al Bernabéu o al Calderón por las que en las previas de partido era recomendable no pasar, más si eras carne de cañón para los cabezas rapadas, abundantes por esos días.

Nunca he sufrido un ataque racista de manera directa, aunque sí he sido testigo de una especie de “microrracismos” generalizados y casi siempre justificados con un “no es con mala intención” o el aún peor “no lo digo por ti, tú ya eres como español. Lo digo por los que no se adaptan”. Los inadaptados, casi siempre, personas con rasgos andinos, marroquíes, chinos, negros o gitanos.

He oído de manera reiterada que si eres joven y tienes una familia numerosa es porque “en esos países se folla como monos”, si en la guardería gran parte de los niños son hijos de inmigrantes es porque “a ellos se les dan todas las ayudas”, o en trabajos precarios “si no te gusta, te puedes largar a tu país”, y así un largo etcétera.

El tema Vinicius y los insultos racistas que ha recibido en Valencia son la gota que ha colmado el vaso, un vaso cada vez más grande y sobre el que ha habido un grifo abierto durante mucho tiempo y bajo el cual hay muchas víctimas anónimas y muy hartas.

No todos los españoles son racistas, faltaría más. En su mayoría no lo son. Hay muchos que sí lo son y no tienen problema en reconocerlo o al menos no se molestan en disimularlo.

Hay otros que tienen conductas racistas, pero que por ignorancia, falta de cultura o incluso poca inteligencia creen que éstas son graciosas y no ofenden.

Otro factor importante es la pérdida de complejos por parte de la extrema derecha y los partidos u organizaciones que la representan dirigiendo soflamas cuasi delictivas en nombre de las clases sociales menos favorecidas, pero siempre y cuando sean nacidas “en el reino”.

El “vete a tu puto país” o el “háblame en cristiano” son un clásico, pero también es muy común que, por no molestar, los afectados se lo tomen con cierta gracia o disimulen no la molestia, sino el dolor, sí, el dolor de oír esto en lugares donde muchos han echado raíces, tienen familia, trabajan y pagan impuestos. Es recurrente también en colegios o institutos donde los chavales por miedo a ser rechazados caen en el autoinsulto.

Dejar tu tierra, tu familia tus costumbres y transformarte en uno más pero siempre bajo la lupa, convertirte en un apátrida y sentir que no perteneces a un lugar porque unos pocos te lo enrostran, ni a otro porque el tiempo no perdona y olvida, no es fácil.

Como se ha reconocido por estos días, España tiene un problema, y ese problema no son ni los negros ni los inmigrantes.

Nada justifica el racismo, ya sea consciente o inconsciente, ni la falta de oportunidades ni tampoco el haberte comido el mundo o ser exitoso.

El racismo es un cáncer y se debe extirpar de raíz, en colegios, guarderías e institutos, y eso es trabajo de todos.

No es una moda, y no podemos permitir que el oportunismo de políticos que no saben otra cosa que aferrarse al sillón lo manosee o lo utilice en su beneficio. Tampoco podemos tolerárselo a dirigentes deportivos sin escrúpulos que, aprovechando la coyuntura, se olvidan de “sus racistas” y ven solo a los del equipo de enfrente de manera ventajista.

Es tarea de todos luchar contra esta lacra y no dejar que el vaso siga creciendo, porque cuando se rebase puede ser demasiado tarde.

HEMEROTECA

Solidaridad en Acción

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