Queremos ganar

La gente está en las calles. Titular tras titular en los medios de comunicación, vemos a cientos de personas tomar desde la Gran Vía hasta las puertas de sus centros de salud para protestar por las francamente indignas condiciones a las que nos están sometiendo nuestros Gobiernos

Ana López Merino

Pero, ¿estamos consiguiendo cosas?

Nos indignamos, protestamos, salimos a la calle, nos apaciguan, la tranquilidad reaparece y volvemos de nuevo al mismo círculo vicioso e insano de siempre. Alguien considera que los derechos de los de abajo son un buen negocio y cada vez cuesta más poner al mundo en marcha, en una sociedad más y más precaria y más y más aturdida.

Como activistas, en nuestras comunidades o lugares de trabajo necesitamos un cambio de paradigma. Frente a una actitud defensiva, reactiva a las condiciones de trabajo e injusticias sociales, que busca si no mejorar, al menos no empeorar, el objetivo primordial debe ser ganar. Ganar derechos. No solo conservar, no solo mantener, sino conseguir mejoras tangibles. Más personal sanitario, por ejemplo. Más servicios cubiertos. Más horas con la familia. Mejores sueldos. Más dignidad. Tenemos que encontrar la forma de construir la clase de poder necesario para hacer frente a los desafíos a los que nos enfrentamos y nos enfrentaremos.

Una “nueva” metodología que parece estar dando sus frutos es el “trabajo de base”, procedente de Estados Unidos. Ya exitoso en los años 30 y 40 en las luchas sindicales estadounidenses, este modelo de organización ha dado sus frutos en conflictos como el de los profesores de Chicago que llevó a una huelga masiva de profesores en 2019 o las recientes huelgas de enfermeras en Inglaterra.

Los pilares fundamentales de esta metodología son tres.

En un primer lugar, comprender que el poder real de las personas de a pie reside en los números. Para aquellos que no tenemos el dinero o la influencia necesarios para hacer frente a aquellos que sí que cuentan con dinero a espuertas y poder, la única defensa con la que contamos es que somos más. Somos la ancha base de la pirámide social que depende de nosotros.

Es fundamental, a su vez, empoderar a trabajadores y ciudadanos, dotándoles de las habilidades necesarias para organizarse a sí mismos y tener su propia agenda. Esto significa que pueden dejar de depender de la hipermilitancia de unos pocos, asegurando un relevo en la lucha. Ser capaces de analizar los conflictos a los que hacen frente y los recursos que tienen disponibles es tan importante como saber moderar una reunión o comprender el marco legal en el que se mueven.

Y por último la condición imprescindible sería la creación de “supermayorías”. Una supermayoría es la respuesta a la pregunta clave que cualquier organizador, activista o líder comunitario se tiene que hacer ante la pregunta más clave de todas: ¿cuántos tenemos que ser para ganar?

Se entiende que para garantizar el éxito de una campaña, la regla de oro es al menos el 85% de la implicación de los afectados por la misma.

Marea Blanca, orgullo de todos los que nos consideramos activistas por la sanidad, es el nombre con el que se conoce al conjunto de asociaciones y movilizaciones organizadas que se pusieron en marcha a finales del 2012, con el anuncio del plan de privatización de 6 hospitales y 27 centros de salud por parte del Gobierno de la Comunidad de Madrid. Las manifestaciones se sucedieron y, en un éxito con pocos precedentes, la Justicia terminó por paralizar el proyecto del consejero de Sanidad Javier Fernández Lasquetty y el entonces presidente de la Comunidad, Ignacio González.

El 13 de noviembre de 2022, diez años después, se estima que la Marea Blanca volvía a conseguir que 600.000 personas llenaran las calles de Madrid. 600.000 personas son muchas personas, pero si dieran el poder suficiente para cambiar las condiciones de la sanidad pública madrileña, ¿tendríamos que volver a salir de nuevo a las calles?

En una comunidad autónoma con más de 6 millones de habitantes, 600.000 personas no representan ni el 10% de su población. El 85% de 6 millones son 5,1 millones de personas. 5,1 millones de personas harían de palanca para obligar a cualquier Gobierno a sentarse a negociar. Puede parecer un número imposible de alcanza, pero ejemplifica perfectamente el poder de la mayoría.

Estas proporciones pueden extrapolarse a casos más mundanos. Por ejemplo, llevar a cabo una huelga en una empresa de 50 trabajadores será mucho más efectiva si es apoyada por 45 personas que si es llevada a cabo por solo 5.

Los profesores de Chicago realizaron una huelga masiva tras una votación en la que participó el 90% de los 26.000 trabajadores, de los cuales el 98% votaron a favor de los parones. Cuando salieron a las calles, había más ciudadanos apoyando la huelga que propios trabajadores, y eso les llevó a conseguir grandes éxitos para sus colegios y comunidades.

La diferencia tan abismal entre lo que necesitaríamos y lo que tenemos deja clara una realidad: no hemos tenido ni tenemos el poder necesario para hacer frente a las amenazas que se perfilan en nuestro futuro. Significa es que necesitamos ser más. Muchos más. Que tenemos que volvernos hacia esas personas que no son activistas, que no forman parte del núcleo duro de la lucha, y hacerles partícipes de ella. Aquellos que no están decididos.

Nuestro futuro pasa por que todas esas personas tomen su asiento en la mesa de los que se reparten el pastel y dejen de ser parte del menú. Por desarrollar las habilidades y adquirir la experiencia que sienten cimientos sólidos sobre los que construir una victoria hoy y un ejército de reserva preparado para mañana. Porque siempre habrá un mañana en el que tendremos que pelear. Para que la estrategia sea un éxito, nos exigirá un legado de personas empoderadas, capaces de hacer frente a sus propios y futuros retos sociales.

HEMEROTECA

Solidaridad en Acción

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