Carla González
La resaca de la pandemia ha sido jodidamente dura. Cuando se paró nuestro mundo, yo ya había acabado la universidad, una de esas carreras “sin salida” que todo el mundo te recomienda que no hagas, pero con la tozudez típica de la adolescencia tú la eliges a pesar de todo. ¿Por qué no? Soy de una generación que ha crecido en crisis, viendo como se desploma por su propio peso un sistema que no se cree ya nadie, pero que sigue fastidiándonos la existencia a la mayoría. Por eso, quizá, nunca me ha gustado demasiado seguir las reglas del juego. ¿Para qué, si no están hechas para gente como yo? Si no tenemos futuro, nos lo inventamos.
De todas formas, tampoco nos quedan muchas otras opciones. Así que al terminar mis estudios-poco-útiles decidí ponerme manos a la obra. ¿Mi plan? Hacer una película. ¿Cómo? Eso ya se vería. Lo primero era conseguir algún trabajillo para costear vida y vicios que me dejara suficiente tiempo para dedicarle al proyecto, y luego, poco a poco, ir materializando mis ideas. Y así, currando de camarera a tiempo parcial, me puse a buscar apoyos, algo de financiación para empezar a grabar… Lo que se supone que se debe hacer, vamos.
Reuniones, llamadas, correos, y casi un año después seguía en el punto de partida, es decir, sin un duro y sin haber empezado la película. Me di cuenta entonces de que estaba empezando a dudar de mí, de mis ideas, de mi valía, y no estaba dispuesta a seguir dándome cabezazos contra el ridículo muro de “lo que se supone que tienes que hacer”. Decidí que si el proyecto no salía adelante sería por mi culpa y no por la de terceros, burocracia o mierdas relacionadas con el dinero. Y así, de forma poco ortodoxa y bastante punki, me armé de valor y empecé a plasmar en imágenes lo que hasta el momento era solo una idea sobre papel. Con la cámara que me regalaron mis padres a los 16, un ordenador del Pleistoceno al que había que respetar sus ritmos de trabajo y, por supuesto, la inestimable ayuda de mis amigas, la peli empezaba a cobrar forma. Y entonces, cuando todo estaba fluyendo estupendamente… ¡Pandemia al canto! Aunque, como he empezado diciendo, lo más duro vino después. Porque sumarle a la incertidumbre generalizada provocada por la situación sanitaria el miedo personal de que tanto esfuerzo, tanto trabajo, como es sacar un largometraje adelante, quede finalmente en nada es bastante demoledor.
Pasaban los meses y las terrazas abrían, pero las salas de cine seguían cerradas. A mí, cada vez más disociada, me costaba sentir algún interés por nada de lo que me rodeaba. Cuando por fin se estrenó mi película, no sabía ni qué pensar. La sala estaba llena —lo más llena que podía estar con las restricciones en aquel momento— y me sudaban mucho las manos. Recuerdo con mucha emoción el momento en el que se apagaron las luces. Y las primeras risas de la gente. No me podía creer que estuviera pasando.
Ésta sería la primera de muchas proyecciones, coloquios y experiencias increíbles que me ha reportado este trabajo. Aunque, evidentemente, si no sigues las reglas del juego, tampoco entras en él. Así que no me busquéis en Netflix ni en las grandes carteleras, que nunca se me dió muy bien cortar por la línea de puntos. Pero si algo he aprendido durante el proceso es que si las reglas del juego no son para nosotras, siempre podemos escribir nuestro propio manual de instrucciones de forma colaborativa, horizontal y autogestionada. Y con cada gesto, con cada postura inconformista, demostrar que hay alternativas: las estamos creando entre todas. Porque el cine de mi barrio, al que iba de pequeña, ahora es un macrogimnasio en medio de un centro comercial. Y como soñar es gratis, mi documental también.
Que por cierto, ¿he dicho que es un documental? Pues sí, mi primera película se titula Más de la mitad, y es un documental sobre las diferentes formas de sexismo que persisten aún hoy —¡sorpresa!— en las instituciones de nuestro país. Os animo a ver los cinco primeros minutos, y si no os engancha no hace falta más, pero concededle el beneficio de la duda. Con un poco de suerte lo pasaréis bien, y a lo mejor os hace reflexionar. Porque lo contrario de divertido es aburrido, no serio. Se puede hablar de cosas serias de forma divertida, y es lo que hago en Más de la mitad.
Puedes encontrar el enlace en la cuenta de Instagram @masdelamitadocumental ¡No deja indiferente!