El movimiento de vivienda es feminista

Laura Barrio Recio*

Se acerca el 8 de marzo y, como cada año, periodistas, estudiantes de máster y tertulianas nos lanzan la misma pregunta: “¿Qué conexiones hay entre los feminismos y el movimiento de vivienda?”. La respuesta es sencilla y rotunda: ¡todo!

Empecemos por observar las asambleas de vivienda: espacios respetuosos, sin etiquetas, diversos y amables. Donde lo mismo se llora que se canta el chotis del ladrillo. Grupos de activistas mayoritariamente femeninos donde se aprende a escuchar y a expresarse con asertividad. En esencia y por definición, las asambleas de vivienda son feministas. Históricamente la vivienda ha sido defendida por mujeres, y el actual movimiento de vivienda mima esa herencia, esa manera feminista de luchar. Somos fuertes porque nos cuidamos, porque nos queremos.

Pero, además, el movimiento de vivienda defiende el derecho a la vivienda de todas las personas desde el enfoque de los derechos humanos. Desde una perspectiva integradora y universal. En este sentido, la vivienda es exigible por el mero hecho de respirar; es el centro y el sostén del resto de los derechos humanos. La salud, la infancia o la intimidad son elementos vitales que pierden el sentido cuando no se dispone del refugio de un hogar.

Sin embargo, las desigualdades estructurales de género también alcanzan al acceso y mantenimiento de los hogares. Las mujeres continúan en desventaja en relación a los hombres en la esfera laboral, están sobrerrepresentadas en los trabajos informales y los sectores tradicionalmente feminizados están peor remunerados. Las endebles políticas de vivienda no incluyen una perspectiva de género en su diseño. Además, en el ámbito del hogar, las responsabilidades de cuidados y crianza recaen en ellas estirando sus jornadas y dificultando el acceso a mejores puestos de trabajo. Son las que más tiempo pasan en casa y también son ellas las que más desplazamientos diarios realizan de casa al cole, al trabajo, al supermercado, de vuelta al cole y a casa. Sin embargo, son más vulnerables en la tenencia. Tradicionalmente las viviendas y sus suministros se ponían a nombre de los varones, quienes además se ocupaban de custodiar “los papeles de la casa”. Muchas mujeres quedan desprotegidas cuando su pareja fallece o hay desavenencias.

Los hogares más vulnerables según los estudios sobre pobreza y exclusión son los monomarentales y los unipersonales de mujeres de edad avanzada. Sin embargo, muchas mediciones sociales y registros oficiales no se preocupan de aplicar la perspectiva de género, lo que deja la realidad a media luz. Ya nos gustaría tener información de la tipología de hogares que sufren pobreza energética, quiénes son intimidados por un casero abusón, qué alternativas de realojo se ofrecen a las familias desalojadas y por cuánto tiempo; y en su caso, los motivos por los que son rechazados. Los estudios sociales nos cuentan que la responsabilidad por sacar adelante a la familia y la sororidad entre mujeres hacen que su vulnerabilidad sea más difícil de medir. Sus sufrimientos y sus estrategias de supervivencia se invisibilizan en una sociedad que lo normaliza, como si tal cosa. Un par de ejemplos: las mujeres consiguen sortear la circunstancia de dormir en la calle gracias a su red de solidaridad, encubriendo el sinhogarismo femenino. También las mujeres sufren presiones, amenazas y violencia por parte de sus parejas o sus caseros tanto para que permanezcan en la casa como para que la abandonen, muchas veces utilizando a sus hijos como objeto de chantaje.

Y ya puestas a decirlo todo, por qué no, las viviendas también deben ser feministas en su diseño. Una cocina integrada en la vivienda permite convivir mientras cocinamos, un espacio específico para la lavandería respeta el uso del resto de las estancias de la casa, evitar que las ventanas y balcones induzcan sensación de riesgo o contar con iluminación natural en todas las habitaciones, la accesibilidad universal, la cercanía a servicios esenciales como colegios, transportes, comercios… son elementos de los que tendríamos que disfrutar todas las personas por igual. Hablamos del derecho a la convivencia, del derecho al barrio y del derecho a la ciudad.

En un par de párrafos he compartido algunos de los ámbitos que requieren un análisis específico que permita la detección y atención adecuada de las desigualdades en el derecho a la vivienda. Las expertas en estudios de género tienen mucho que decir, tenemos que conseguir que se las escuche.

Por esto y mucho más, gracias mil a los feminismos.

*Laura Barrio Recio (@laurabarriorecio). Coordinadora de Vivienda de Madrid (@coordinadoramadrid). Activista e investigadora social.

Los hogares más vulnerables según los estudios sobre pobreza y exclusión son los monomarentales y los unipersonales de mujeres de edad avanzada

HEMEROTECA

Solidaridad en Acción

spot_img

REDES MADRID EN ACCIÓN

Noticias relacionadas