El enemigo vive arriba

Carmela Luna

Busco en Google “competencia entre mujeres”. Y siento decir que no me sorprende encontrarme con un sinfín de artículos biologicistas hablando de fertilidad, de lucha por el macho alfa, de qué atributos masculinos valoramos las mujeres y de cómo nos despellejamos por alcanzarles a ellos y, ya de paso, a su estatus social.

Así que, ya enfadada, hago otra búsqueda: “¿por qué juzgamos a las mujeres?”; y en este caso, tras algún artículo algo menos trasnochado, me sugiere algunas búsquedas relacionadas: “¿por qué las mujeres de cuarenta les gustan a los jóvenes?”, “relación con mujer de cincuenta años”, “desventajas de salir con una mujer mayor”. Y pienso, ¿ni cuando la búsqueda está relacionada directamente con nosotras vamos a dejar de ponerles a ellos en el centro?

Pero claro, a estas alturas tenemos que reconocer que esto no es ninguna novedad. Que los medios de comunicación y los metabuscadores no incorporan perspectiva de género es algo que ya sabemos y que, a pesar de que nos frustre, quizá no es el primer punto a combatir en este contexto. El tema está en que tengo una sensación parecida con lo que respecta a las relaciones entre nosotras y a cómo evaluamos el nivel de ejemplaridad feminista y femenina de las demás.

Hace poco escuchaba a una mujer comentar que, en Estados Unidos, una superviviente a una violación había aceptado la indemnización a cambio de retirar la demanda y no llegar a juicio. Se preguntaba, escandalizada, cómo podía ser que no defendiese hasta el final que aquel hombre la había violado y se retirase a cambio de una buena cantidad económica cuya cifra, por cierto, parecía muy importante reseñar. Un comentario de este estilo, gracias a las leyes, al trabajo del movimiento feminista y al tremendo desgaste de cada mujer concienciada que responde a ello en un encuentro social tras otro, puede empezar a encender alarmas. Empieza a oler a rancio. Porque ahora ya es fácil detectar la similitud entre un juicio como éste y el eterno “¿qué hacía sola y borracha por la noche?”. Ahora ya sabemos que la pregunta es “¿cómo puede ser que cometan violaciones, por qué se sienten con el derecho de hacerlo?”. Pero tampoco hace mucho que me contaba una compañera que la entrevistaron en un podcast feminista y allí se hablaba de las víctimas de violencia de género como de “ellas”, como si fuese esa otra especie que se deja maltratar. Como si no pudiésemos ser nosotras, o haberlo sido, o estar siéndolo en este momento mientras creemos que hemos desterrado al patriarcado de nuestras vidas.

Y es que no paro de ver cómo incluso aquellas que nos leemos como feministas, que nos revisamos y que hemos escogido tomarnos la pastilla que nos saca del molde y nos mantiene en constante incomodidad habitando un mundo que se nos presenta hostil y violento, caemos constantemente en el señalamiento de “las otras” como responsables de la violencia omnipresente en nuestras vidas.

Que si no entendemos cómo nuestra amiga sigue con Fulanito, que es malísimo y todas lo vemos. Que si no entendemos cómo puede haber mujeres machistas. Que cómo puede haber mujeres que voten a partidos políticos abiertamente misóginos. Que cómo se dice feminista pero se enrolla con un hombre casado. Que cómo puede depilarse si todo el día nos da la chapa con el mito de la libre elección.

Pero cuando las mujeres dejamos de mirarles a ellos, nos miramos entre nosotras y organizamos la rabia logramos que se aprueben leyes como la del aborto, la del consentimiento o ley contra la violencia de género que responden parcialmente a nuestras reivindicaciones. Pero también conseguimos que nuestra amiga no afronte sola la maternidad, que nuestra vecina tenga cubiertas sus necesidades, que la completa desconocida que llora en el baño de la discoteca sepa que estamos con ella o que hermana, nosotras sí te creemos. Y creo que éstas son las batallas en las que tenemos que poner nuestra energía.

Soy consciente de que con esta reflexión puedo estar cayendo en hacer justo lo que estoy proponiendo abandonar: señalar qué estamos haciendo mal nosotras. Pero lejos de ser una regañina este artículo tiene la intención de invitarnos a reflexionar sobre dónde estamos poniendo el foco cuando se trata de lo más sutil. Y es que me parece tremendamente necesario que cada vez que nos preguntemos “cómo puede” tiremos del hilo y descubramos cómo siempre, sin duda, el dedo acaba apuntando hacia arriba. Que es donde nace la violencia, donde habita el responsable y donde se alimenta el agresor.

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