Cómo el movimiento ‘No a la tala’ dio músculo a una nueva lucha en los barrios
Tres distritos madrileños se sublevaron el pasado año contra las talas masivas por la ampliación de la línea 11 de Metro, que tiene alternativas menos lesivas para el medio ambiente. Vecinos y vecinas han salvado cientos de árboles, y ahora se enfilan hacia la minimización de los impactos de la macroobra en la población.
Firma: PATRICIA CAMPELO (@patriciacamcor)
La siguiente escena ocurrió una tarde del pasado febrero de 2023. Un grupo de infantes de unos dos años se dirigía, como cada día, a su parque predilecto: toda una fiesta de maderas sobre un suelo acolchado con piedras minúsculas. El conocido como “barco pirata de Madrid Río” era el santo grial de la infancia a ambos márgenes del Manzanares.
Allí se concitaban las familias y brotaban las conversaciones. El tema del momento: el inminente cierre de esta zona lúdica infantil. Y llegó la temida clausura. Aquella tarde invernal, una valla de obra separaba el espacio de juego de las inocentes ilusiones, mientras algunos de estos niños la agarraban con sus manitas gritando “¡Ayuda, ayuda!”.
A escasos metros de allí discurría una protesta vecinal motivada por los cambios en las obras de la línea 11 de Metro: la nueva estación que en un primer momento se iba a ubicar en el paseo de las Yeserías ahora se emplazaría dentro del parque. De los 79 árboles a talar en la totalidad del proyecto se aumentaba a 1.027. Y en esta zona concreta, los 22 ejemplares previstos al inicio ascendían ahora a 189, todos de gran porte y más de 50 años. La última modificación redujo la cifra a 106 (y 56 posibles trasplantes).
Era el 13 de febrero de 2023. Y aquella concentración que acabó con una cadena humana abrazando los enormes plátanos de sombra colocó el punto de partida del movimiento vecinal “No a la tala”. Muchas de las personas que participaron en la acción de protesta aquella tarde sembraron sin saberlo la semilla de una lucha vecinal por la defensa de sus espacios comunes que hoy se ha consolidado y mira hacia el futuro, sobre todo tras las talas masivas autorizadas por el Ayuntamiento de Madrid y ejecutadas desde el pasado 11 de diciembre en Comillas, Acacias y Palos de la Frontera.
Las acciones ante la conocida como “valla de la resistencia” se transformaron en rutina de unión frente al amenazante desastre medioambiental. Eran “vecinos activados”, que no “activistas”, quienes bajaban cada día a recoger firmas, colocar carteles y pintar el vallado con consignas como “Yo defiendo este árbol”, la misma ideada por dos madres y dos padres y que dio nombre al primer grupo de WhatsApp, del que después emanó una comunidad informativa con nueve grupos y cientos de miembros.
Susana de la Higuera, portavoz de la Asociación Vecinal Pasillo Verde Imperial, fue una de las precursoras. “El domingo 12 de febrero cubrimos con carteles todos los plátanos. No había casi nadie, y dudamos si esto era algo que fuera a importar”, recuerda sobre aquel momento embrionario. Pero la cadena humana del día siguiente tuvo repercusión en los medios de comunicación. “Fue el arranque del movimiento, que luego creció como la espuma. Solo una semana después llegó la gran manifestación, y pensamos que había algo grande. La Comunidad de Madrid sabía, además, que había cosas mal hechas, y paró el proyecto”.
Otro de esos vecinos activados es Rafael Llavona, de 79 años. Este profesor universitario jubilado explica cómo la valla de Arganzuela fue punto de encuentro y foco de expresividad. Curtido en las manifestaciones por la sanidad pública, donde acudía con carteles de confección propia, un día llegó al cercado y preguntó si podía compartir un diseño. “En la vertiente artística ha estado Azucena, que formaba equipo creativo con Mila, Lola o Esther. Ellas han conservado todo ese patrimonio. Quitaban los carteles por la noche y los volvían a colocar por las mañanas. Yo tenía un rinconcito”, explica Llavona, quien suma más de 180 creaciones, mitad impresas, mitad compartidas en los grupos de WhatsApp.
Comillas pocos días después de las talas. (Foto: Eduardo Ramis)
36.000 camiones al lado de viviendas y de un colegio
La elevada pérdida de masa arbórea se ha repetido en todos los barrios afectados por el nuevo trazado del túnel de la línea 11 de Plaza Elíptica a Conde de Casal, pese a la existencia de alternativas. En el Parque de Comillas (Carabanchel), la Comunidad de Madrid accedió a cumplir una histórica demanda vecinal, y se incluyó una nueva estación. Con este cambio se aprobó la Declaración de Impacto Ambiental, en julio de 2020. Pero medio año más tarde llegó otra modificación de calado: se cambiaron los pozos de entrada y salida de la tuneladora. En lugar de construir el llamado “pozo de ataque” desde un solar cercano a la A-3, se decidió emplazarlo en las 5 hectáreas de zona verde del Parque de Comillas, y extraer los 541.000 metros cúbicos de tierra del nuevo túnel por este barrio consolidado, con viviendas y un colegio público a escasos metros. De los seis árboles iniciales a talar (y 140 trasplantes) se pasaba a 273. La última modificación del proyecto rebajó la cifra a 199.
“No les pareció importante este cambio en Comillas y no lo sometió entonces la Comunidad de Madrid a un nuevo procedimiento medioambiental”, lamenta De la Higuera. En este barrio de Carabanchel, la lucha de la Asociación Vecinal Parque de Comillas y de la asociación de familias de alumnado (AFA) del colegio público Perú ha logrado salvar más de 70 árboles. Una vez deforestado el único pulmón verde del barrio, las demandas se orientan a evitar la llegada de la tuneladora y a minimizar los impactos por la construcción de la nueva estación.
El CEIP Perú, según recuerda Sara Guedes, vicepresidenta del AFA, “es centro preferente para alumnado con trastorno del espectro autista, y aquí acuden cada día más de 500 escolares de entre pocos meses y 12 años”. Según cálculos de ambas asociaciones, se requieren 36.000 camiones de entrada y salida del pozo para “todas las tierras a extraer en los casi 7 km de túnel”, “sin mencionar el acopio de material a medida que avance el trazado y que accederá también por delante del colegio”, apuntala Guedes.
Primera manifestación, el 18 de febrero de 2023. (Foto: Patricia Campelo)
Bronquitis, inflamaciones de la garganta, rinitis, pero también problemas cognitivos como falta de concentración por los ruidos, son algunos de los peligros de los que alerta el AFA del Perú. “Los grupos más vulnerables a enfermedades por este tipo de contaminación son los ancianos, niños, bebés y embarazadas. Todo esto va en contra de las recomendaciones de la OMS”, denuncia la vicepresidenta del AFA, que recuerda la necesidad de crear una comisión de seguimiento de las obras con representantes de la Administración, de la UTE de Acciona, Dragados y Grupo Rover y miembros de las asociaciones vecinales y del colegio.
Estas familias se apoyan en las AMPA del colegio Tomás Bretón y del instituto Gran Capitán, que afrontaron en su día la operación Mahou-Calderón. “Cuentan que fue un infierno por el ruido y el polvo. Por eso pedimos que se refuerce el colegio: aire acondicionado, filtros, reforzar ventanas e instalar medidores públicos de contaminación, polvo en suspensión y ruido”, demanda Guedes sobre una intervención, a 25 metros del colegio, prevista en 40 meses.
Jardines de Palestina, salvados
El nuevo túnel de la línea 11 comprende cerca de 7 kilómetros entre Plaza Elíptica y Conde de Casal. Por el medio, las nuevas estaciones de Comillas y Madrid Río, y su conexión con las de Palos de la Frontera, Atocha Renfe y Conde de Casal, lo que deja por el camino pozos de ventilación y subestaciones eléctricas. “En la zona de Palos de la Frontera se veían afectados más de 180 árboles, pero hemos evitado la tala en el Jardín de Palestina, calle Áncora y un lateral del paseo de las Delicias”, enumera Violeta, vecina de este barrio del distrito de Arganzuela. “La subestación eléctrica que pretendían situar bajo el Jardín de Palestina se cambia de ubicación porque hay alternativa y han tenido que reconocerlo. También, en Áncora quedó claro que podía evitarse poner maquinaria en las aceras, al igual que en el paseo de las Delicias, donde era viable evitar la muerte de los árboles de uno de los laterales”, abunda.
“La lucha ha sido pesada, pero se han evitado muchos daños. De los 187 árboles que se iban a ver afectados hemos conseguido que se limiten a 21”, concreta esta vecina, a la vez que remarca cómo en el proyecto original, “el legal”, solo estaba previsto el apeo de dos ejemplares en Palos de la Frontera.
En este largo camino de diez meses para evitar talas masivas de arbolado sano, ese que reduce el efecto térmico de isla de calor en verano y que fija oxígeno, el movimiento vecinal se armó de rigurosidad. Arquitectos, ingenieros y urbanistas desmenuzaron el proyecto y plantearon alternativas. “Esto fue algo fundamental para el éxito del movimiento. Las alternativas hay que proponerlas de la mano de quienes saben”, defiende De la Higuera. Así fueron desmontando argumentos de la Comunidad de Madrid como que una tubería del Canal de Isabel II impedía el trazado original en Yeserías. “Se comprobó que era una excusa. Y al igual que con la tuneladora en Comillas, siempre hay alternativas”, añade.
Aun con todo, las talas del 11 de diciembre colocaron otro punto de inflexión. Esgrimiendo razones de “urgencia e interés general”, la Comunidad de Madrid esquivó la protección con la que contaba el Parque de Arganzuela. “Fue un mazazo ver caer los árboles. Pero ahora tenemos que luchar por recuperar los parques y que esto no vuelva a pasar”, reflexiona la portavoz de Pasillo Verde Imperial, a la vez que recuerda que sigue abierta la vía europea de denuncias ante el Banco Europeo de Inversiones, que financia con 372 millones de euros (de los 500 presupuestados), y ante el Parlamento Europeo.
Entre los retos figura además la compensación de los daños, la participación ciudadana en el diseño de los nuevos parques o revisar la ley de arbolado urbano. Por todo, parece que esta lucha ha llegado para quedarse y hacer frente a la política medioambiental de las Administraciones madrileñas. “Mucha gente ha despertado ante la indecencia de ver cómo actúan desoyendo las reivindicaciones vecinales”, percibe Violeta. “La lucha por los árboles ha puesto en evidencia que no se gestiona por la mejora de nuestros barrios, sino en beneficio de las constructoras”, deplora. De la Higuera también apuesta por la continuidad: “Tomamos conciencia de la importancia del arbolado, y se han creado unos vínculos entre personas con ganas de seguir y que van a pelear para lograr desde nuevos espacios verdes a otro barco pirata para los niños”.
Manifestación del 2 de diciembre. (Foto: Patricia Campelo)