Esther Fernández
TCAE (Técnica Cuidados Auxiliares Enfermería)
En un mundo donde la vida era dura y el trabajo en las residencias estaba lleno de carencias y dificultades, un grupo de trabajadoras decidieron levantar la voz y denunciar la situación en un juzgado. Estaban cansadas de la falta de personal y de las precarias condiciones laborales. No querían ser responsables de la mala situación en la que se encontraban los residentes a los que cuidaban con dedicación. Pero la llegada de la COVID cambió radicalmente la situación: las residencias aún se volvieron más frías y oscuras, y las trabajadoras tuvieron que lidiar con una crisis sin precedentes.
Los primeros casos de contagio se extendieron como una mancha de aceite, y tuvimos que empezar a aislar a los residentes afectados junto a sus pertenencias. La vida en la residencia se convirtió en un campo de batalla, donde las manos que cuidaban a los más vulnerables se veían desbordadas y vacías.
Nos encontrábamos envueltas en bolsas de basura con mascarillas traídas de nuestra casa que nos hacían quitar los jefes, porque decían que asustábamos a los residentes. Los pasillos fueron abandonando su bullicio, quedando residentes encerrados en sus pequeñas habitaciones sin poder salir, sin televisión, sin radio, sin nada; solo el vacío y el silencio.
Los residentes con Alzheimer no entendían lo que estaba sucediendo, salían buscando a sus madres o sus padres, mirándonos, confundidas nuestras vestimentas, enfadados porque les impedíamos continuar su búsqueda.
Felipe, un residente que había sido músico, estaba en una habitación con dificultad respiratoria, apenas un concentrador doméstico aliviaba sus últimos suspiros. Al entrar, le vi mover las manos, como si estuviera tocando la flauta. Quería ayudarle, haciendo sonido con mis labios, pero la tristeza y la mascarilla me lo impedían. Murió al poco tiempo: con su música y con él la oscuridad se apoderó aún más del lugar, las manos que cuidaban se volvieron más humanas, pero eran insuficientes ante un enemigo tan devastador. Tuvimos residentes fallecidos esperando a ser trasladados durante días en la soledad más profunda. Nos sentimos huérfanos, tanto residentes como trabajadoras. El Tribunal Superior de Justicia se pronunció, tras una denuncia del Ayuntamiento, pidiendo que se medicalizarán las residencias. Nunca se medicalizaron, y los trabajadores enfermaron junto con los residentes.
En el día de hoy las residencias continúan sufriendo maltrato institucional hacia personal, en su mayoría mujeres. Está normalizado que dos trabajadoras tengan a su cargo 20 residentes grandes dependientes. Se normalizó no tener celadoras y que no pasara nada si te dolía la pierna o la espalda; para eso están los ibuprofenos, para aliviar el dolor y seguir adelante. Además se normalizó que nos regañarán como si fuéramos niñas pequeñas si no levantábamos algún residente antes de la visita del familiar, por falta de tiempo y personal. Se normalizó llevar moratones en las piernas por los espacios reducidos en los que tenemos que movernos. Normalizamos dejar champús y geles en el suelo, por no disponer de nada más, mientras duchamos. Normalizamos ese calor sofocante en habitaciones en verano, esas necesidades de servicio, quitándonos nuestras libranzas, situaciones que debían ser cuestionadas y cambiadas, en espera de una solución que no llega.
Hoy levanté a Carmen, una mujer con obesidad mórbida, con la ayuda de mi compañera, una mujer de 66 años que aún no puede jubilarse. Fue entonces cuando vimos un reportaje en la televisión qué Carmen tenía puesta sobre los bomberos rescatando a personas con obesidad mórbida: iban cuatro o cinco bomberos a mover a esas personas. Esa imagen reflejaba aún más el maltrato al que estábamos sometidas, mujeres invisibles. Las manos que ahora escriben esta historia gritan, para que no nos olviden, a residentes y trabajadoras, para que los cuidados y la humanidad de nuestros residentes inunden el corazón de una sociedad dormida ante las residencias; un mundo de cuidados, feminizado, donde un día nos vas a necesitar. Que la vida te sea leve.